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Hoy, después de desayunar, los acampados se han encontrado con una desagradable (o bueno, según se mire) sorpresa: nuestro jefe Emilius había sido capturado por los romanos, atado a un árbol y envenenado con una poción que le impedía hablar más que en italiano.
Esto lo teníamos que resolver de alguna manera y, entre balbuceos romanos nuestro jefe nos alcanzó a explicar que cada casa debía pasar doce pruebas para conseguir las herramientas para eliminar el efecto del veneno.
Las doce pruebas, como podéis ver en las fotos, consistieron en probar su puntería (chutar el balón a portería), su destreza (hacer el gusano marcha atrás subiendo una rampa), la de la resistencia (a la porquería, teniendo que meter sus cabezas en cubos llenos de los más asquerosos ingredientes), la de la moda (haciendo un desfile de zapatos en la pasarela Cibelius con el afamado modisto Stravidarius), etc…
Las pruebas se dividieron entre la mañana y la tarde y, al final, todos consiguieron superarlas perfectamente y nuestro jefe pudo salir de su locura transitoria y volver a la normalidad.
Aunque el día estuvo nublado la sensación térmica era mayor que la de días anteriores debido a la humedad asique tras la gymkana aprovechamos un ratito de piscina para refrescarnos.
Después de la cena comenzamos la última velada (ya que mañana tendremos la fiesta de despedida) pero al poco de empezar tuvimos que interrumpirla debido a la inquietud de los acampados al observar a lo lejos, en la montaña, unos puntos rojos y luminosos. Ya corrían rumores desde hacía días de la posible presencia de druidas convertidos en animales por las proximidades del campamento y que estos estaban alterados desde que accidentalmente durante el rastreo profanamos las tumbas de sus antepasados.
Se tranquilizó a los chicos y se les explico que debíamos realizar un conjuro de protección alrededor del campamento poniendo especial cuidado en las puertas. Así lo hicieron, muy valientemente y en poco tiempo tuvimos creado y cerrado un círculo de seguridad en el perímetro del campamento.
Este conjuro debía ser reforzado por nuestro druida Vicentus el cual recitó un antiquísimo conjuro a la vez que realizó una pócima utilizando materiales puros del bosque y agua del manantial de la vida. Todo salió perfecto y el campamento quedó seguro y todos los acampados tranquilos y contentos.
Pero aún quedaba una cosa por hacer. Debíamos devolver los huesos que robamos del cementerio druida a su lugar. Para ello el grupo de montañeros se ofreció voluntario y transportaron los huesos a través de la oscuridad del Barranco del Infierno hasta su sagrado lugar de reposo.
Así el daño fue reparado y los druidas descansan ya en paz, esperemos que por mucho tiempo.
Hasta mañana, última crónica en la que os concretaré los detalles para la recogida de los acampados.